jueves, 30 de junio de 2011

Duro...pero no tanto.

Y no solamente por realizar visitas en pleno verano, en el corazón de Barcelona, por dónde apenas corre el aire, y el sol te pega en la cabeza perpendicular al suelo. Obviando el hecho de que la humedad relativa en la ciudad supera los umbrales recomendados por el propio sentido común. Ignorando, completamente, los kilómetros de búsqueda infructuosa de empresas que se suponían que deberían estar y que, maldita crisis, han tenido que bajar las persianas y poner el cartel de "Se alquila local comercial, recién reformado, con licencia de todas las actividades posibles y preinstalación de aire acondicionado...Si nos alquilas a nosotros, te llevarás de regalo una bolsa de sugus de varios colores, ¡incluídos azules! Porfi porfi porfi". Y, digo yo, ¡¿quién se podría resistir a un paquete de sugus azules?!

Ya hemos dicho que vamos a prescindir de la valoración de todos estos hechos que complican el proceso, pero que no lo hacen imposible.

Lo más duro, lo más, es la falta de experiencia y los minutos previos a entrar en una empresa. Dos minutos, creo que no es más. Dos minutos en los que te planteas tu vida, tu empresa, por qué estás ahí, qué tipo de persona será, si te hará sentir mal, si comprenderá que tienes que hacerlo: presentarte, explicarle, que te entienda, que no te malinterprete, que no se sienta juzgado y que no te juzgue...Creo que el cerebro humano está preparado para realizar una cantidad ingente de preguntas en una fracción de segundo, responderlas, pasar por la euforia, tristeza, pena profunda, alegría otra vez y vuelta a la seguridad cuando tomas el pomo de la puerta y empiezas a girarlo para entrar.

Y ahí estás, delante de un perfecto desconocido. Lo que sabes: que tiene una empresa de tal o cual sector, haciéndote una idea aproximada de si vende, compra, alquila, gestiona, administra o todo al mismo tiempo. Lo que no sabes: infinito, inabarcable e incalculable. Desde lo básico...¿qué tal día tendrá? Y como aunque preguntes, "¿qué tal?", con desconfianza te contestarán, "bien", pues sigues en el mismo punto.

Ahora bien, con el paso de los días, de las puertas y de las llamadas, se convierte en un juego divertido en el que refuerzas tu confianza. Aunque te encuentres con personas que no tienen un buen día, tienen mucho trabajo y poco tiempo para atenderte. O puertas cerradas. O interfonos con una vocecita al otro lado diciéndote que no te va a abrir, que vuelvas otro día. Y con esta pinta de testigos de Jehová liberadas que llevamos, carpeta en mano. Y te ríes, te ríes mucho. De los nervios primero, en el momento cortado después.

Vas aprendiendo cómo llamar a las puertas, como hablar con las personas (que parece fácil, pero, ponte tú ahí, delante de alguien que no conoces, intentando generar confianza...) y si es o no el momento adecuado. Y lo fundamental, conociendo gente, presentándote y presentando a tu empresa y buscando la manera de colaborar y poder crear un grupo de trabajo que nos ayude a superar esta terrible situación actual, que nos va golpeando a todos.

Desde el principio nos dijeron que era difícil: que emprender sería complicado, trabajoso y duro. También solitario. Pero yo creo que lo que aprendes no te lo quita nadie, y, vaya la empresa bien, o no, es algo que te llevas contigo. Solamente por eso, merece la pena.

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